María
se levantó esa mañana con un terrible dolor de cabeza.
Su
pequeño había pasado mala noche, estaba
muy intranquilo, de nuevo estaba cargado de mocos y tenía mucha tos . Hasta las
tres de la mañana no había conseguido que se quedara dormido.
Gracias
a Dios, ahora dormía tranquilo, con un poco de suerte no habría que ir de nuevo
al hospital.
María
apenas había conseguido dormir un par de horas, y estaba bastante nerviosa después
de lo que había ocurrido ayer.
Mientras
se desperezaba y miraba a su pequeño que dormía plácidamente, se tocaba la sien
izquierda intentando que el dolor se mitigara un poco. Pero bien sabía que cuando la jaqueca la
aturdía, no había otra solución que
intentar capearla a base de paracetamol y mucha paciencia. Después de varios
años de sufrirla, María había descubierto que su jaqueca la mayor de las
veces era producida por la tensión y por
un insoportable dolor de cervicales recuerdo de un accidente de coche que
sufrió cuando apenas tenía veinte años.
Por
eso, se enfado consigo misma cuando a sus cuarenta años, veinte años después de
su primera jaqueca, se vio de nuevo
rebuscando en su viejo botiquín, en busca del paracetamol y se volvió a preguntar
a sí misma.
-¿Por
qué no habré comprado un nuevo botiquín donde organizar los medicamentos?.
Siempre me ocurre lo mismo, lo recuerdo cuando estoy con un dolor de
cabeza tan tremendo que apenas puedo
pensar. ¿Qué rabia?, ¿qué nervios?, ¿qué asco?,¿qué arcadas?.
Hoy
voy a tener una jaqueca de campeonato.
-¿Por
qué?, ¿por qué?. Era la pregunta que la atenazaba la cabeza mientras se tomaba
su pastilla de paracetamol, con la vana
esperanza, que este medicamento tuviera
un doble efecto. Uno que le quitase el dolor físico que notaba en su cabeza y
otro que le quitase el dolor que le producía la sensación de injusticia que
sentía estos últimos años, acrecentada por los sucesos de ayer.
Pero
María estaba tan nerviosa y sentía tanta rabia que sus pensamientos no paraban,
y miles de preguntas se acumulaban en su cabeza.
-¿Por
qué, por qué, por qué…?, ¿por qué atacan siempre al débil?, ¿por qué no se
ponen nunca en el lugar de la otra persona?, ¿por qué es más fácil hacer daño
que intentar hacer su trabajo correctamente?.
¡Qué
rabia ¡, ¡qué malas personas!, ¡qué gran injusticia!.
De
repente un sonido sacó a María de su ensimismamiento. Había sonado un pequeño
golpe, pero ella se asustó. ¿Se habría despertado ya su pequeño? ¿Se
encontraría bien?
Sin
darse cuenta, sus pies ya la habían llevado hasta el borde de la camita y vio como su pequeño se giraba tranquilo.
-¡Uf!
María tranquila, se dijo a sí misma, tu pequeño está bien, apenas se le oyen
los mocos, duerme tranquilo. ¡Todo está bajo control!, ¡ todo está bajo control!,
respira hondo y relájate.
Poco
a poco se fue relajando mientras se acercaba a la cocina en busca de algo que
desayunar.
Siempre
había sido una mujer alegre y sonriente, pero también nerviosa y bastante
controladora, a la que la gustaba hacer planes a largo plazo. Pero todo eso
cambio hace cuatro años, desde entonces dejó de hacer planes, vivía el día a
día sin pensar en el futuro. Cada día se enfrentaba a los problemas que iban
surgiendo con una sonrisa y los capeaba de la mejor forma que se ocurría en el
momento, haciendo grandes esfuerzos para no darle demasiada importancia. Cosa
que no siempre conseguía. Siempre se preguntaba como actuarían otras personas en su situación, sobre todo aquellos
que tendían a hablar, comentar y opinar sin saber muy bien de lo que hablaban.
A
María le molestaban fundamentalmente los que opinaban sin ton ni son sobre la
evolución de su pequeño. Los que se permitían emitir juicios viendo al niño
apenas cinco minutos, los que no tenían conocimientos y no eran consientes de
su ignorancia, los que no se ponían nunca en la piel de los papás y opinaban sin
saber ,haciendo daño sin inmutarse, solamente con el fin de demostrar que ellos
estaban por encima de todo aunque ni siquiera estuvieran seguros de la validez
de sus afirmaciones.
Era
en ese momento, en el que el carácter fuerte y guerrero de María se revelaba.
Dejaba a un lado la mujer dulce y sonriente que solucionaba problemas, para
surgir la leona que llevaba dentro, la que no estaba dispuesta a soportar las
injusticias, la que se moría de rabia cada vez que atacaban a su pequeño, la
que no entendía que personas adultas no se atrevían a luchar contra un igual
sino que atacaban a los débiles.
¡Cobardes
eso es lo que son; unos cobardes sin corazón! –dijo en alto sin poder evitarlo.
Muchas
veces le venía a la cabeza la sensación que tuvo el día que le dijeron que
tenían que operar a su pequeño a vida o muerte y la presión que tuvo en ese
momento. Apenas había parido hacia dos días, y su cuerpo aún no le respondía
bien.
-Quiero
dormir durante un año entero y despertarme cuando mi pequeño este bien.
No
sé si soy capaz de soportar tanto dolor, ¡por favor quiero desmayarme!, ¡ por
favor quiero desmayarme!, fueron sus únicas palabras en ese momento.
Pero
ella como toda madre luchadora sabía que ese no era el momento de ser débil, ni tenía
tiempo de desmayarse, era el momento de abrir los ojos y la mente, de
estar fuertes . Su hijo la necesitaba y
decidió que lucharían para conseguirlo.
Su
pequeño, su marido y ella llevaban cuatro años de lucha a brazo partido por salir
adelante y aunque la meta aún estaba lejos la mejoría ya era patente.
A
lo largo de este caminar, lucharon contra la enfermedad con mucha fuerza y ahora
luchaban contra las secuelas.
Fue
duro descubrir que después de ganar la guerra, las consecuencias de la misma fueron
más duras de lo que nunca se habían imaginado. Sin embargo, una vez llegados
aquí ninguno estaba dispuesto a tirar la toalla. La recuperación estaba siendo
lenta, a veces desesperadamente lenta, pero continúa. Su pequeño siempre
mejoraba aunque la mejora muchas veces solamente era perceptible para ella. María
sabía cuál era su destino y no permitía que nadie la desviase del mismo.
Sin
embargo, seguía sin entender porque además de luchar contra las secuelas
también tenía que luchar contra las zancadillas que les ponían en el camino
algunas de las personas que trataban a su pequeño.
Después
de conocer a grandes médicos que había luchado a brazo partido para salvar a su
pequeño, no entendía porque había otros médicos, y algunos de los
fisioterapeutas, logopedas y profesores que atendían a su pequeño que tenían tan
poca vocación, tan poca empatía, tan pocos conocimientos , tan poca paciencia y
una gran facilidad para ofender a los padres sin apenas despeinarse. A fuerza
de disgustos había entendido las palabras que le dijo una madre que había pasado
por una experiencia parecida.
-Pide
a Dios que te tengas suerte con los terapeutas que atiendan a tu pequeño, porque
en el camino te vas a encontrar de todo, cuando encuentres uno bueno cuídalo porque hay muchos sapos en este
camino; ahora no entiendes lo que te
digo pero dentro de uno año me darás la razón. Pero para desgracia de María no
le hizo falta esperar tanto, en unos pocos días comprendió esas palabras.
Eso
era lo que le había ocurrido ayer, de nuevo tuvo que escuchar una gran suma de sandeces de una profesora que apenas
había dedicado unos minutos a observar a su pequeño y aunque intentaba
olvidarlo, pero no podía.
María,
se frotó la frente mientras pensaba que quizás algún día, se reirían de esta situación, pero estaba
segura que nunca perdonaría a aquellas personas que habían añadido piedras en
su camino que por sí solo ya era complicado.
De
repente escucho un lloro que procedía del dormitorio, su pequeño se había
despertado, corriendo llegó a su camita y observó como se desperezaba mientras
le dedicaba una gran sonrisa.
En
ese momento María noto como su jaqueca se diluía. Comenzaba un nuevo día y seguro que sería mejor que el anterior.